domingo, 3 de enero de 2010

El esplendor del ocaso

El esplendor del ocaso inundó mi alma de luz y belleza infinita. Los múltiples colores que disfrutó mi vista por escasos minutos, fueron como un bálsamo de paz que me bañó de vida, energía y esperanza. Mis amigas del círculo de escritoras también quedaron maravilladas de aquel atardecer mágico. Juntas, mientras leíamos los trabajos literarios que cada una quiso compartir, nuestros oídos atentos a la magia de la palabra, no impedían que los ojos estuviesen atentos a la magia de la luz.

Qué placer más extraordinario es compartir los sueños con personas que nos aman y a quienes amamos. La vida se presenta hoy más gozosa. Mis nuevas amigas son poseedoras de una sensibilidad extrema. Me parece simplemente milagroso este atardecer compartido desde el balcón de Noemí.

La jornada amena y alegre nos hizo bien a todas. Más el mural que divisamos y disfrutamos reconociendo, a través de los colores y las nubes, un cuento de hadas contado por un secreto narrador, nos hizo transportarnos a los lejanos confines del universo y viajamos embriagadas, más allá de los colores, de los valles y de las montañas, como jinetes en briosos corceles tras la esquiva alegría de la vida terrenal.

El color del fuego y luego el potente verde esmeralda, matizados del violeta, del blanco, del gris, del rojo, conformaron la más excelsa visión del paraíso a donde fuimos transportadas y de donde no hubiésemos querido regresar.

Olga Chávez G.

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